rasgos culturales comunes. Pero al mismo tiempo es limi- tada para dar cuenta de otros procesos que se reconocen como comunitarios pero que no están anclados a un espa- cio o al hecho de compartir rasgos o problemas comunes. Existen nuevos modos de estar y actuar juntos que generan vínculos, solidaridad y compromiso en torno a prácticas cul- turales, opciones éticas y movimientos sociales en el que participan personas de diferente procedencia y característi- cas. Muchas de estas agrupaciones y acciones se definen como comunitarias en oposición a formas de vida, relación y consumo de carácter capitalista. En efecto, ya es un lugar común reconocer que a co- mienzos del siglo XXI el capitalismo no solo ha llegado a to- dos los rincones del planeta, sino también a todos los ámbi- tos de la vida colectiva. Al dejar de ser solo un modo de producción o sistema económico, se ha convertido en un paradigma con vocación hegemónica. Así, el paradigma empresarial y mercantil ahora se impone a los mundos del arte, de la educación, de la salud y hasta de la vida coti- diana, impregnándolos de su afán de lucro y de competen- cia, su instrumentalismo e individualismo, su desprecio por los valores comunitarios. Viejos y nuevos sentidos de comunidad en América Latina La mercantilización generalizada de las relaciones sociales, llevada al extremo en el modelo neoliberal, busca disolver “toda forma de sociabilidad y la posibilidad de producir libre- mente otras formas de vida que representa la confirmación recíproca de la individualidad y de la opción de asignarse fi- nes comunes” (Barcelona 1999). Como “pensamiento único” también busca impedir que surjan sujetos y subjetividades colectivas portadores de otros proyectos económicos, so- ciales y políticos y alternativos al orden capitalista. Paralelamente, dicha proletarización de la dominación capitalista también ha visibilizado, reactivado y posibilitado el surgimiento de modos de vida, valores, vínculos, redes y proyectos sociales que se salen de su lógica individualista, competitiva y contractual. Por lo menos desde América La- tina, tales dinámicas y prácticas sociales alternativas son a la vez portadoras de otros sentidos de comunidad. A través de ellos emerge una nueva sociabilidad, al igual que accio- nes colectivas y modos de entender la democracia. El reconocimiento de estos sentidos de lo comunitario pueden dar aliento a propuestas y proyectos alternativos al empobrecimiento material y subjetivo que conlleva el capita- lismo. Por ello, el desafío consiste en construir una perspec- tiva que perfile la comunidad como categoría para reconocer y encauzar ciertas dinámicas sociales y políticas potencial- mente emancipadoras. Reindianización En primer lugar, a diferencia de lo que suponían sociologías y políticas desarrollistas, los vínculos y valores comunitarios tradicionales no desaparecen al paso de la modernización capitalista. Por el contrario, en algunos casos incluso se for- talecen y reactivan cuando la gente comienza a resistirse al desarrollo. Es el caso de muchos pueblos indígenas y po- blaciones campesinas en países como Bolivia, Ecuador, Co- lombia, Guatemala y México, donde lo comunitario consti- tuye un modo de vida ancestral, sustentado en la existencia de una base territorial común, unas formas de producción y de trabajo solidarias, unas prácticas de autoridad y un re- pertorio de costumbres comunitarias. En las últimas décadas también se ha dado un proceso de reindianización en varios países. Con ese término me re- fiero a una reactivación de identidades ancestrales junto a estrategias de recuperación de territorios, costumbres y for- mas de gobierno comunitarios. Algo similar ha pasado con algunas poblaciones afroamericanas en Perú, Colombia, Ecuador y El Caribe. La presencia de sentidos, vínculos y prácticas que se reivindican como comunitarios también aparecen en las fa- ses iniciales y en coyunturas de movilización de asentamien- tos urbano-populares, cuando la precariedad de sus condi- ciones o situaciones límites de injusticia activan procesos de solidaridad y ayuda mutua. También se percibe el surgi- miento de vínculos estables de solidaridad basados en la vecindad y en otras redes de apoyo como el origen provin- cial o la afinidad étnica. En las fases iniciales de un asenta- miento popular se va conformando una malla de relaciones. Surge una red de solidaridades y lealtades que se consti- tuye en una fortaleza colectiva y de resistencia frente a las dinámicas masificadoras de la vida urbana, la economía mercantil y las políticas adversas. Cuando ocurre una catástrofe Procesos similares los hemos encontrado en situaciones posteriores a catástrofes naturales o humanas, como en los casos de los terremotos de Managua (1976), México (1985) y Armenia (1999), y los derrumbes e inundaciones ocasiona- das por el “Fenómeno de la Niña” en centenares de pueblos en Colombia (2011). En estos casos, al verse enfrentados con la ausencia, tardía o limitada acción institucional, los propios afectados activaron mecanismos de solidaridad y acción colectiva que les permitieron reinventarse como co- munidades. Junto a las formas de vida o vínculos comunitarios terri- toriales, podemos agregar otros que tienen que ver con va- lores de justicia y sentidos de futuro compartido. Como ejemplo puede citarse a los movimientos sociales que agru- pan a diferentes personas en torno a la defensa del am- biente, lo público, la reivindicación de sus derechos de gé- nero o culturales. Tales colectivos, desde su indignación común, sus acciones conjuntas y la construcción de agen- das compartidas, van generando sentidos de pertenencia y vínculos comunitarios que trascienden los intereses que los motivan. Dichas comunidades intencionales surgen por el propósito deliberado de reorganizar su convivencia de acuerdo a valores idealmente elaborados, en base a creen- cias o a nuevos marcos sociales de referencia. 81 2014 Comunidades 5