Johannes Rau

Ya en el último número de nuestra revista anunciamos la celebración del XI Congreso Alemán de Universidades Populares. Éste tuvo lugar en noviembre de 2001 y contó con la participación de más de mil personas de numerosos países y diversas regiones.

El discurso de apertura fue pronunciado por el Presidente Federal, Sr. Johannes Rau. Publicamos aquí tanto este discurso, que versó sobre la función de la educación permanente en la sociedad de la información, como la conferencia de la Sra. Viviane Reding, Comisaria Europea de Educación y Cultura, quien se refirió al aprendizaje a lo largo de toda la vida en Europa y al papel que les corresponde desempeñar a las universidades populares. También esta conferencia fue dictada durante la ceremonia inaugural.

¿Aumenta la brecha entre ricos y pobres? ¿Puede configurarse la globalización de tal manera que todos se beneficien de ella? En su contribución titulada „Globalización: ¿se margina el Sur?“, el Prof. Dr. Franz Nuscheler aborda estos dos temas desde una perspectiva crítica. El autor es profesor de la Universidad de Duisburgo y director del Instituto para el Desarrollo y la Paz de dicha universidad. Además, es miembro del Consejo de Asesoramiento Científico „Cambios Ecológicos Globales - WBGU“ del Gobierno Federal, así como también de la Comisión de Estudio „Globalización y Economía Mundial“.

La globalización y sus consecuencias para la cooperación internacional y para la gestación de nuevas iniciativas de colaboración desde el punto de vista estadounidense y muy especialmente luego de los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre fueron el tema de la ponencia de Marcie Bouvouvalas y John A. Henschke en el Congreso Alemán de Universidades Populares. Marcie Bouvouvalas es profesora de Educación de Adultos y Desarrollo de Recursos Humanos de la Universidad Politécnica y Estatal de Virginia, en tanto que John A. Henschke es profesor asociado de Educación de la División de Liderazgo Educativo y Estudios Políticos de la Escuela de Educación de la Universidad de Missouri-St. Louis, de los Estados Unidos.

Por últimato, también, el Prof.(H) Dr. Heribert Hinzen, director del IIZ/DVV, expone a continuación sus impresiones sobre este gran acontecimiento y aborda a la vez algunos aspectos críticos.

Discurso inaugural con ocasión del XI. Congreso de las Universidades Populares de Alemania

I

Desde hace algún tiempo, no hay comentario o dictamen sobre política educacional que no recurra al concepto de sociedad del conocimiento. Reconozco tener mis problemas con este concepto. O resulta trivial -si consideramos que ya poseían conocimientos los hombres de Neandertal al trabajar con picas- o induce a error. En todo caso, me parece que está muy difundida la idea de que el conocimiento es algo así como una supergasolina con la que sólo necesitaría llenarse el estanque para hacer rugir el motor. Se sabe que eso no es cierto, porque el conocimiento sin juicio es como la gasolina sin lubricante. Con suficiente gasolina podrá hacerse partir el motor, pero no se ­llegará lejos. El mecanismo en la cabeza colapsará en la próxima esquina; en todo el sentido de la palabra.

Lo cierto es que vivimos en una civilización basada en los conocimientos científicos y tecnológicos. Aquel que desea manejarse en ­este mundo debe poder y querer aprender, y debe poder y querer desarrollar su capacidad de juicio - y eso durante toda su vida.

¿Estamos preparados para esto? Alemania sigue siendo una de las naciones líderes del conocimiento. La OCDE acaba de declarar que poseemos un nivel educacional superior al promedio. Aun así, no tenemos motivo para actitudes demasiado autocomplacientes. La política educacional debe volver a ocupar un lugar mucho más destacado, y nuestra obligación es concentrarnos en los aspectos en que realmente debemos hacer algo. El camino correcto no pasa por el alarmismo, sino por lo que en alemán ya se convirtió en un proverbio: «perforar tablones gruesos».

Los déficit específicos que se observan en el sistema educacional alemán no se originaron ayer, ni hace veinte o treinta años, sino que a menudo se remontan a los primeros tiempos de la historia de la educación en Alemania. Vale decir, se trata de «tablones de madera dura», bastante gruesos y con múltiples capas de cola, según todas las normas del oficio; a ello se debe la falta de flexibilidad en esta área.

Para perforar estos tablones se necesitan taladros bastante potentes y mucha energía para no quedar sin aliento. Uno de estos tablones es el lugar insignificante que ocupa la entrega de conocimientos en nuestro sistema educacional. Hoy deseo referirme a este aspecto.

II

Al hablar de sociedad del conocimiento, generalmente nos referimos a las universidades tradicionales y, con respecto a éstas, frecuentemente a la investigación, es decir, a la producción de conocimiento. No cabe duda alguna de que una investigación dinámica e innovadora en el área de las ciencias y las letras es el corazón de todo sistema educacional moderno que, en el futuro, también debe seguir latiendo. Sin embargo, un organismo solamente puede funcionar si el corazón mantiene el ritmo adecuado y si los vasos sanguíneos no están obstruidos. Lo mismo sucede con la educación. Si el conocimiento ­producido por la investigación no llega a los lugares a los que debe ­llegar, tarde o temprano el organismo se enfermará. Cuando no funciona el intercambio entre el conocimiento circulante y los tejidos de la vida social, el sistema circulatorio colapsa, y el corazón deja de latir tarde o temprano.

El sistema vascular a través del cual fluyen la educación y el conocimiento en nuestra sociedad, es muy variado y está ampliamente ramificado. En este sentido, las escuelas superiores, las escuelas y las universidades populares -sin dejar de lado las empresas que brindan su aporte al sistema dual- desempeñan una función decisiva. Sin embargo, generalmente observamos que a la entrega de conocimientos no se le da la importancia que merece. Cuidamos el corazón, pero dejamos que las arterias se esclerosen. Permítanme ilustrar esta ­situación destacando los siguientes puntos:

  • La enseñanza en las universidades todavía está en desventaja frente a la investigación. Prueba de ello son las cifras aún demasiado altas de estudiantes que abandonan sus estudios.
  • Nos concentramos en las universidades y apoyamos muy poco a las escuelas técnicas superiores. Prueba de ello es el difícil desarrollo y el espectro invariablemente limitado de asignaturas en estos establecimientos de educación superior.
  • Premiamos la educación superior en comparación con la educación escolar y permitimos que los edificios y el equipamiento de las escuelas se deterioren cada vez más.
  • Concentramos nuestros esfuerzos en los últimos años de la enseñanza secundaria y descuidamos los jardines infantiles, las escuelas primarias y de enseñanza básica.
  • Y finalmente: a pesar de todo lo que se diga acerca de la necesidad de la educación permanente, sigue favoreciéndose a las escuelas y escuelas superiores.

En lugar de un aprendizaje adecuado a cada situación y en pequeños bocados, guiado por las necesidades y los intereses individuales, el conocimiento se ofrece generalmente como un menú de diez platos en los distintos niveles de nuestro sistema educacional. Las instituciones de educación permanente son hijastras muy alabadas de nuestro sistema educacional, pero rara vez bien alimentadas y bien vestidas.

El patrón básico es siempre el mismo. Se descuidan aquellas etapas y áreas de nuestro sistema educacional en las que la entrega de conocimientos no tiene lugar -en cierta medida- en forma automática. Se ahorra allí donde la enseñanza o los profesores necesitan atención especial y recursos adicionales. Lo que sí es cierto al hablar de la sociedad del conocimiento es que en el futuro cada vez más personas querrán y tendrán que participar del conocimiento. Sin duda, ello no sustituye la producción de nuevos conocimientos, pero también sería completamente incorrecto privilegiar la investigación en desmedro de la enseñanza y predicar, en ruinosas salas de clases, de la fascinación de investigar.

A la entrega de conocimientos debe asignársele -de una vez por todas- la importancia que le corresponde, y para fortalecerla debemos saber valorar la educación permanente, junto con las instituciones que la ofrecen. En la frecuentemente criticada y rara vez leída Constitución de Weimar, se establecía: «El sistema educacional popular, incluidas las universidades populares, deberá ser fomentado por el Reich, los estados y los municipios». Eso regía en aquel entonces y adquiere hoy más actualidad que nunca. Precisamente en una sociedad en que el número de adultos mayores va en aumento, la educación permanente no es, en ningún caso, un lujo, sino una necesidad imperiosa.

III

Considero que para el futuro desarrollo de la educación permanente es importante, en primer lugar, que evitemos un error que -hasta el día de hoy- afecta a nuestro sistema educacional. Todavía nos orientamos demasiado por el sistema tradicional definido y supervisado por el Estado en lo que se refiere al derecho a estudiar, a pesar de todos los esfuerzos por cambiar esta situación. Ello conduce a que muchas áreas de nuestro sistema educacional sean demasiado herméticas. En nuestro país, las personas que por diversas razones no quieren o no pueden seguir los caminos preestablecidos de la educación, tienen dificultades. El paso de uno de estos caminos de formación a otro sigue siendo difícil y también escasa la interrelación.

El aislamiento mutuo entre las instituciones de enseñanza es un problema generalizado, pero resulta especialmente perjudicial en el área de la educación permanente. No hay que olvidar que la educación permanente vive precisamente de que todos puedan acceder a ella, de que puedan moverse entre las distintas ofertas, de que cada persona en todo momento pueda ingresar y retirarse cuando lo estime conveniente. La educación permanente debe responder a todas las necesidades e intereses sociales y abarcar las más diversas aspiraciones y niveles de exigencia.

Esta alta flexibilidad sólo se logra con la colaboración de todos aquellos que puedan brindar su aporte a la educación permanente, formando redes flexibles y firmes a la vez. Sin embargo, estas redes necesitan anclajes poderosos, pilares de apoyo que les den estabilidad y confiabilidad. Tenemos estos pilares: son las mil universidades populares en nuestro país, un número mayor que en cualquier otro país de Europa.

Ahora bien, algunos preguntan: ¿Pero qué se aprende allí? Y los chistosos, que siempre tienen una respuesta a mano, contestan: «Allí se les enseña crochet a los zurdos». Todos ustedes conocen ese concepto distorsionado de nuestras universidades populares. Es un prejuicio, es injusto y falso. Precisamente porque vivimos en una sociedad en que la educación permanente es tan importante, quiero -en particular- que luchemos con decisión contra ese concepto equivocado que fantasea en la cabeza de muchos.

Las universidades populares abarcan una variada gama de temas de actualidad en nuestra sociedad moderna. Casi todos sus programas incluyen cursos de idiomas, procesamiento electrónico de datos y salud humana. Hay cursos para profesionales de empresas. Por ejemplo, en algunos estados federados también se imparten cursos de perfeccionamiento para profesores, por encargo de los gobiernos regionales. Para ello, la universidad popular debe hacer un esfuerzo enorme. Por un lado, es un establecimiento educacional que debe permitir a todos los grupos de la población el acceso al conocimiento; por otro lado, debe competir con las ofertas especializadas de los institutos comerciales que apuntan a una clientela reducida y solvente.

No creo que la meta de las universidades populares deba consistir en convertirse en algo así como en una cerda que da leche, lana y pone huevos, pero sí creo que la difícil tarea de ser una universidad para ­todos alberga también una gran oportunidad.

Naturalmente, la universidad popular debe estar preparada para beneficiar a aquellos que no tienen un acceso privilegiado al conocimiento. No obstante, es injusto que precisamente esta exigencia ­impuesta a la universidad popular haya llevado a que sea menospreciada y considerada un instituto de educación para pobres - aparte de que no veo nada malo en ello.

Además de las ofertas para el usuario normal, por así decirlo, los ­programas de las universidades populares están destinados -de hecho- a clientes completamente distintos. En mi opinión, eso está muy bien. Para especialistas y profesionales hay ofertas que pueden competir con aquéllas de los institutos comerciales. Sé que a veces se critica justamente esa rama de la labor de las universidades popu­lares, pero yo me pregunto: ¿acaso una universidad popular que se precie de serlo, no debería poder ofrecer algo a todos los miembros del pueblo?

El amplio espectro de la política educacional que cubren las universidades populares ayuda precisamente a evitar que la sociedad del conocimiento se convierta en una sociedad parcelada. Las cifras hablan por sí solas. Tan sólo en Renania del Norte-Westfalia, un estado federado que conozco relativamente bien, en el año 1999 participaron casi dos millones de personas lo que representa más del diez por ciento de sus ciudadanos- en uno de los noventa mil cursos ofrecidos por las universidades populares. En toda Alemania, las universidades populares durante el último año ofrecieron más de quinientos mil cursos e impartieron quince millones de horas de clases.

IV

Incluso instituciones tan ágiles y dinámicas como las universidades populares necesitan dinero. Precisamente al hablar de educación permanente hay algunos que sostienen que ésta debería ser financiada por los participantes mismos, dado que -al fin y al cabo- la educación permanente siempre respondería a un interés individual y no a un interés general.

Al parecer, algunas de las autoridades titulares de las universidades populares también esperan que éstas alivien, con sus ofertas, los presupuestos públicos. Eso es un error. Naturalmente, son siempre personas individuales los usuarios de la educación permanente que ofrecen las universidades populares y otras instituciones. También es cierto que se puede esperar un aporte material de alguien que desea satisfacer una necesidad, interés o inclinación personal. Si bien todos tienen el derecho a aprender a nadar en la escuela, ello no significa que una vez que hayan finalizado los estudios tengan siempre el derecho a recibir gratis el traje de baño que necesitan o que les gusta.

Sin embargo, lo anterior no implica que los estados federados y los municipios -dicho sea de paso, también las empresas- no deban tener, por su parte, un gran interés en que la educación permanente y, especialmente en este caso, las universidades populares, funcionen bien. También es preciso que se interesen en que en el futuro funcionen incluso mejor que ahora.

En nuestra sociedad, la educación permanente no debe convertirse en un lujo que sólo puedan permitirse unos pocos. Ello afectaría, en primer lugar, a aquellos que más la necesitan. La educación permanente debe estar al alcance de todos los bolsillos. Es por ello que las universidades populares son los nudos decisivos de las redes de la educación permanente, dado que sus ofertas no sólo son de alta calidad, sino también porque se pueden costear, pero siempre que el Estado no retire su aporte.

En promedio, ya el cuarenta por ciento del presupuesto anual de las universidades populares, equivalente a 1,8 mil millones de marcos, es financiado por las matrículas que pagan aquellos que asisten a los cursos. Me parece una suma no despreciable.

En algunos estados federados, este porcentaje es incluso considerablemente mayor y, a veces, supera el cincuenta por ciento. No debe aumentar, por ningún motivo, aunque el sector público tenga que ahorrar. Las universidades populares y su labor de enseñanza deben costarnos algo, también en términos de dinero - y más de lo que hoy es el caso.

V

Obviamente, el dinero no lo es todo, pues las universidades populares también viven del entusiasmo de sus docentes y alumnos, que no sólo siguen un programa preestablecido, sino que también se comprometen de corazón. Tenemos muchos motivos para sentirnos agradecidos y expresar nuestro agradecimiento, porque ellos, en sus cargos y en sus lugares de trabajo, procuran que el saber siga circulando, porque entregan conocimientos con generosidad, porque también saben escuchar, porque dan cabida a las inquietudes de las personas y porque materializan nuevos impulsos en ofertas de cursos interesantes. Sin este compromiso humano, nuestras universidades populares no podrían existir. Mi ruego y mi esperanza es que nunca dejen de contribuir a que la educación esté en todas partes, al alcance de todos los seres humanos y durante toda su vida.

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