Fatima Mello

En el discurso político, el término «desarrollo sostenible» es reemplazado de manera creciente por las nuevas creaciones lingüísticas «economía verde» y «mercados verdes». Estos conceptos parecen sugerir que gracias a las nuevas técnicas sería posible superar las crisis globales. Pero la política inherente, que la iniciativa para un desarrollo global pretende dejar al libre albedrío de las fuerzas del mercado en vez de depositarla en las manos de gobiernos legitimados, implica grandes riesgos. Se apela a la sociedad civil para que desarrolle alternativas, especialmente con miras a Río+20.

El Potencial de Río+20

En mayo del 2012 tendrá lugar en Río de Janeiro un evento que podrá simbolizar el cierre de un ciclo y el inicio de otro. Por ocasión de Río+20, lo que se espera es hacer un amplio balance del ciclo de conferencias de Naciones Unidas en los años 1990, iniciado con Río 92, y que incluyó conferencias sobre población, derechos humanos, mujeres, desarrollo social y agenda urbana. También en el 2012 el Protocolo de Kioto habrá llegado a su límite de vigencia.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible/ Río+20 se propone a debatir tres cuestiones: evaluación de cumplimiento de los compromisos acordados en Río 92, economía verde y arquitectura institucional para el desarrollo sustentable. Por lo tanto, Río+20 tiene potencial para ser, a la vez, un momento de balance de logros y derrotas de las últimas dos décadas y también de identificación de una nueva agenda de luchas para seguir adelante.

El Contexto de Río+20: fragilidad del sistema de la ONU en un escenario de de múltiples crisis

Los seres humanos y el planeta están viviendo múltiples crisis que ponen en cuestión el futuro de la humanidad. Ni las Naciones Unidas, ni los gobiernos, prisioneros del pasado, están actuando en consonancia con la gravedad del proceso de deterioro acelerado en curso. Las organizaciones de la sociedad civil global, que se han reunido de forma autónoma en espacios como el Foro Social Mundial y los procesos y luchas permanentes que vinculan lo local y lo global en eventos paralelos a las conferencias de las Naciones Unidas, en las reuniones del G20 y de las instituciones financieras multilaterales, y que se reunirán en Rio de Janeiro durante la Conferencia Río+20, tienen el desafío de revigorar y seguir en la lucha por otro mundo y presionar a los gobiernos e instituciones del sistema internacional a actuar de forma efectiva. La constitución de ese movimiento global se ha intensificado a partir del Foro Global, en particular del Foro Internacional de las ONG, realizado paralelamente a Río 92; en 2012 la evaluación del estado de las luchas y conquistas globales también estará en la agenda.

La Conferencia realizada en Johannesburgo con ocasión del décimo aniversario de Río 92, las COP, la insignificancia del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente – PNUMA, y la impotencia de la ONU en enfrentar las catástrofes humanitarias muestran la incapacidad del actual sistema internacional para enfrentar los desafíos que impone el futuro y hacer cumplir los acuerdos del ciclo de conferencias desde Río 92.

Las Conferencias de las Partes (COP) encargadas de implementar las decisiones de las Convenciones de la Biodiversidad, la Desertificación y los Cambios Climáticos demuestran esa afirmación. La biodiversidad está asociada históricamente a los pueblos indígenas, a las poblaciones tradicionales y al campesinado, pero a pesar de que su papel es reconocido en la teoría, están siendo sistemáticamente expoliados de sus derechos, a punto de ser expulsados de sus territorios. Cada vez más, el enfrentamiento de la desertificación está lejos de los desafíos que el tema presenta, y lo mismo ocurre en relación a las migraciones forzosas. Por su parte, el mercado se está apropiando de la crisis climática para generar ganancias. El balance de los compromisos asumidos en las conferencias de derechos humanos, mujeres, desarrollo social y habitat tampoco dejan dudas sobre la distancia entre las declaraciones de compromisos y la realidad.

Del desarrollo sustentable a la economía verde: el reciclaje de un modelo insustentable

En una contradicción insalvable, la Conferencia Río 92, a la vez que reconocía la grave crisis ambiental del planeta – particularmente en lo que se refiere a la biodiversidad y al clima – y la responsabilidad de los países industrializados, afirmaba la primacía de la economía como motor del desarrollo, entonces bautizado de «sustentable». De manera subrepticia, los gobiernos presentes y la misma ONU reconocían el poder de la economía capitalista por encima de la política,

o mejor, como conductor de la política. Consagraron el «desarrollo sustentable», término rápidamente apropiado por la economía dominante y así vaciado de su potencial reformador.

En sustitución al vacío del término desarrollo sustentable, la agenda de Río+20 busca presentar la «economía verde» como una nueva fase de la economía capitalista. A través del mercado verde, un nuevo ambientalismo, fundado en el business verde, propone la asociación entre nuevas tecnologías, soluciones vía mercado y apropiación privada del bien común como soluciones para la crisis planetaria. Este reciclamiento de las clásicas formas de funcionamiento del capitalismo, de sus modos de acumulación y expropiación, se constituye en grave estelionato de consecuencias profundas. Le da un nuevo aliento a un modelo inviable y ofrece como utopía solamente la tecnología y la privatización.

Impide tomar conciencia de la crisis que enfrentamos y de los verdaderos impasses que vive la humanidad. Por lo tanto, impide que se formulen nuevas utopías y se construyan alternativas.

Debemos cuestionar aquello que el desarrollo sustentable y la economía verde tienen para contribuir con la protección y garantía de los derechos humanos. El mercado deja su defensa a los gobiernos y a la ONU, que mantiene la retórica de los derechos humanos, incluyendo en su campo el derecho al agua; pero sin medios ni voluntad política para implementarlos.

Están caminando cada vez más hacia intervenciones humanitarias que tienden a sustituir la promoción de los derechos. Al tener solamente poder normativo, los compromisos acordados en la esfera de la ONU quedan soterrados por el poder de sanción de instituciones como OMC, FMI y Banco Mundial. Frente a la incapacidad de la ONU, por un lado, y del poder de las instituciones multilaterales que sirven a los intereses de las corporaciones, por otro, el resultado es que gobiernos y políticas públicas y democráticas pierden cada vez más espacio para acuerdos y políticas que entregan nuestro futuro a la iniciativa privada y, en su más nueva versión, a la economía verde.

El mundo está subordinado a la fuerza hegemónica del capital. Este no tiene otra visión de futuro que no sea una promesa de un desarrollo ilusorio, porque predador del medio ambiente, violador de los derechos humanos, y excluyente de países y poblaciones. La ideología del desarrollo entendido como crecimiento económico, que alimenta la expansión de los estándares insustentables de producción y consumo, ha penetrado profundamente en el imaginario y la cultura de todas las clases sociales, en el Norte y en el Sur, orientando incluso la acción de gobiernos elegidos en países del Sur con el mandato de desencadenar transformaciones. Sin embargo, aún no alcanzan a construir una nueva correlación de fuerzas capaz de promover cambios, y tampoco logran acumular reflexión y fuerza política en dirección a nuevos paradigmas.

Los Estados dominantes, a lo largo de dos siglos, y con más intensidad en las últimas décadas, han promovido la globalización de la economía. Las guerras coloniales, la ocupación de territorios y la esclavitud han sido sustituidas por acuerdos bilaterales e instancias multilaterales que cumplen el mismo rol de someter y subordinar a los países del Sur a su poder. Así, impusieron un modelo técnico y económico de producción y de consumo sustentado por la explotación del trabajo, sobreexplotación de los recursos de la naturaleza y explotación de otros países.

Si la explotación humana y de países se puede perpetuar, a pesar de los gravísimos conflictos, resultando en la exclusión, la explotación de la naturaleza muestra sus límites y comienza a afectar la reproducción del capital, directa o indirectamente, cuando enfermedades, disminución de la calidad de vida y catástrofes pasan a crear sospechas y a socavar la base de sostenimiento del modelo.

La crisis que emergió en el 2008, inicialmente en el sistema financiero, no da lugar a dudas cuanto al carácter profundo de sus raíces, lo que revela la quiebra de legitimidad y sustentación económica, social, ambiental y política de reproducción del modelo vigente. La actual crisis deja clara la pérdida de hegemonía de la concertación de poder que se viene perpetuando desde fines de la Segunda Guerra y de las instituciones internacionales que la sustenta económica y políticamente. Por lo tanto, la crisis abre brechas de disputa por la democratización del sistema internacional. Las nuevas e inestables coaliciones entre países, ya no cristalizadas en divisiones Norte-Sur, son síntomas de un escenario político global en movimiento. Río+20 puede ser un importante momento de promoción de una nueva correlación de fuerzas y una nueva agenda global, ofreciendo a los movimientos sociales, organizaciones populares, movimientos de pueblos tradicionales y originarios, sindicatos, entidades de la sociedad civil que reflejan o buscan expresar los anhelos de amplios sectores de la población mundial, la oportunidad de renovar su protesta y su cuestionamiento sobre los rumbos dados al futuro del mundo por las corporaciones, instituciones y países dominantes, acompañados por la gran mayoría de las élites políticas y económicas, y de diseñar sus utopías y formular con más consistencia las alternativa que vislumbran.

Río+20 y la construcción de alternativas

Río+20 como evento mundial nos permite salir de nuestras fronteras; abrirnos a la solidaridad universal, más allá de los particularismos; buscar puntos comunes de observación de muchos lugares del mundo que nos muevan y hagan que nos encontremos. Pero con la condición de que nuestra referencia esté en los pueblos y poblaciones marginalizados y excluidos, con los que compartimos los deseos por una sociedad cuyo pilar de sustentación sean los derechos y la justicia social y ambiental.

No tenemos todas las respuestas, pero tenemos la responsabilidad de buscarlas entre lo deseable y lo posible. Sin embargo, aún lo posible no se realizará sin que sea portador de utopías que reanuden los lazos entre el ser humano y la naturaleza, en el campo y la ciudad. Exige, por lo tanto, un cambio completo de los paradigmas que definen a la civilización occidental. Querer otras formas de organización de las sociedades que no la de estados naciones, otras formas de democracia que no la democracia parlamentaria, otras economías en lugar de la economía capitalista, otra mundialización que no la del mercado, otras culturas que no la impuesta por los EUA. Escucharlos con atención quizás nos ayude a encontrar los caminos hacia el futuro y formular nuevas utopías que motiven a la humanidad y en particular a la juventud.

A lo largo y ancho del planeta se desarrollan miles de alternativas que pueden ser las semillas de la construcción de nuevas utopías:

  • Millones de campesinos, de sin-tierra, de pueblos indígenas y otros grupos tradicionales resisten y luchan por una reforma agraria, agroecología, por el definitivo dominio de sus tierras ancestrales. Apoyados por tecnologías apropiadas, pueden garantizar la soberanía y seguridad alimentaria y nutricional del planeta y dar una contribución decisiva para mantener la biodiversidad y las aguas; y para la mitigación y adaptación a los cambios climáticos. Ofrecen una alternativa al modelo de agricultura y pecuaria dominante que provoca la destrucción de los ecosistemas y la biodiversidad y que contribuye fuertemente al efecto invernadero y al envenenamiento de las aguas, los suelos y las personas.
  • Experiencias de economía solidaria y fortalecimiento de mercados locales contribuyen para la reducción del consumo de energía, reduciendo los circuitos entre producción, distribución y consumo, favoreciendo las micro, pequeñas y medianas empresas, que dan empleo, en contraposición a la circulación de mercancías a través del mundo y desubicación permanente de empresas y avances tecnológicos que no reducen el consumo de energía y de materias primas y generan desocupación.
  • La lógica de la economía no debe ser la de la ganancia, sino la de asegurar condiciones dignas de vida para las poblaciones. Así se fortalece una economía solidaria que combate la economía excluyente de las personas. En las ciudades, en el campo y en las florestas del sur del mundo, gran parte de los trabajadores y las trabajadoras se encuentran en la economía informal, olvidados por la macroeconomía, e inventan una micro-economía, en parte sucedánea y competidora de la economía formal, en parte innovadora.
  • Reconstitución de un tejido urbano descentralizado e interiorizado, nuevas políticas habitacionales y urbanísticas, de saneamiento y transporte colectivo. Estas propuestas pretenden enfrentar el desequilibrio dentro de las ciudades y metrópolis, que se volvieron plataformas de exportación cercadas por enormes aglomeraciones de pobreza y miseria, que sumadas al desequilibrio en la ocupación humana de los espacios nacionales y regionales hacen de esas ciudades, y en ellas de las capas populares, las primeras víctimas de los cambios climáticos.

La construcción de alternativas y la arquitectura institucional

La escala global de los poderes impide el avance de la emancipación humana en los términos ideales inscritos en los pactos y convenciones internacionales. Por lo tanto, avanzar en esas alternativas y en otras supone disputar y cuestionar los paradigmas de las instituciones y actores internacionales que dan soporte al actual modelo. Eso no quiere decir que creamos en un cambio brusco y radical en la economía mundial. Se debe pensar necesariamente en convivencia, en transición en el mediano y largo plazo. Esa transición se hará menos por la reforma interna de las instancias actuales de intervención en la economía, que pretendería reorientar sus estrategias, métodos y prioridades, y más por la construcción de nuevos espacios, instituciones nuevas que no estén viciadas por su pasado, sino abiertas para una nueva correlación de fuerzas y nuevas agendas. Las instancias actuales seguirán siendo cuestionadas a actuar y aún a reformarse, pero hay que esperar que pierdan progresivamente su importancia, cuando y porque a su lado se creará algo radicalmente nuevo que crecerá económica y políticamente como contrapeso.

Para que eso ocurra es preciso mirar el proceso rumbo a Río+20 como una oportunidad de invertir en el acumulado de fuerzas en la base de la sociedad, que sea capaz de disputar una nueva hegemonía. Después del ciclo de ascensión de los movimientos contra-hegemónicos iniciado en Seattle y ampliado con el Foro Social Mundial, y el relativo descenso que las movilizaciones masivas han experimentado en los últimos años, Rio+20 se presenta como posibilidad de rearticulación y fomento de una iniciativa política en el plan global.

Es esta visión la que orienta y delimita nuestra voluntad de participación en el proceso que nos llevará a Río+20. Con base en esto nos unimos al llamamiento de la convocatoria del grupo facilitador brasileño creado por un conjunto de colectivos, resumido en esta frase:

«Cabe a la sociedad civil organizada llamar la atención mundial sobre la gravedad del impasse vivido por la humanidad, y sobre la imposibilidad del sistema económico, político y cultural dominante de señalar y conducir salidas para la crisis. Pero es también de su responsabilidad afirmar y mostrar otros caminos posibles».


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