“Un cordel en la prisión, y así mejora mi educación”

De la izquierda a la derecha:

Helenória de Albuquerque Mello
Instituto Federal de Educación,
Ciencia y Tecnología de Paraíba
Brasil

Hilderline Câmara de Oliveira
Universidad de Potiguar
Brasil

Resumen En este artículo se cuenta la historia de un experimento inclusivo relacionado con la educación de adultos en la prisión, llevado a cabo en el Instituto de Reeducación Penal Silvio Porto, situado en el estado brasileño de Paraíba. El experimento tuvo lugar en una sala de clases de 20 alumnos del primer ciclo de educación básica de jóvenes y adultos. Durante las clases, los alumnos elaboraron “cordeles” (cuadernillos o fascículos impresos populares y de bajo costo, que contienen novelas populares, poemas y canciones tradicionales; se confeccionan y venden en los mercadillos o son ofrecidos por vendedores ambulantes en Brasil, por lo general en la zona del Nordeste) que se refieren a la educación en la prisión o incluyen relatos sobre su vida.


La educación tiene que ver con los derechos

Todos tienen derecho a la educación. A nivel mundial, la educación es considerada la vía más adecuada hacia la inserción en la sociedad de los niños y niñas, los adolescentes y los adultos. También existe un creciente consenso en cuanto a que se trata de un derecho humano fundamental para el desarrollo personal, sin excluir a los reclusos.

Según las “Reglas mínimas de las Naciones Unidas para el tratamiento de los reclusos”: “Se tomarán disposiciones para mejorar la instrucción de todos los reclusos capaces de aprovecharla, incluso la instrucción religiosa en los países en que esto sea posible. La instrucción de los analfabetos y la de los reclusos jóvenes será obligatoria y la administración deberá prestarle particular atención” (ONU 1977). El derecho a la educación también está garantizado en la legislación brasileña (Presidência da República do Brasil 1984).

El experimento del que fuimos testigos se llevó a cabo en la unidad penitenciaria Silvio Porto, que fue construida en 1997 e inaugurada en enero de 2000. Actualmente cuenta con 1.328 reclusos, cifra equivalente a alrededor del 25 % de la población carcelaria del estado. El establecimiento consta de 189 celdas y 10 bloques, y tiene una capacidad para 530 presos, pero alberga a muchos más.

Al final del semestre, los reclusos presentan sus textos durante un acto de clausura,
© Helenória de Albuquerque Mello

La profesora Josefa Rosélia es la responsable del primer ciclo de la educación básica de jóvenes y adultos. Según ella:

“El cordel elaborado por mis alumnos es una de esas semillas que brotaron y hoy dan fruto. Es un motivo para que todos nosotros, como actores que participamos en este proceso, nos sintamos orgullosos de una labor colectiva en la que cada miembro cumplió su función, y que culminó con un broche de oro en 2016, cuando los actores-alumnos recitaron sus versos durante la ceremonia de clausura de nuestras actividades para ese año. La educación les abre nuevos horizontes a los reclusos; es una herramienta de transformación, que permite producir cambios. Desgraciadamente, la sociedad no cree en esta posibilidad, pues percibe a los reclusos como seres incapaces de generar un cambio positivo, y ve en la prisión un destino final en la vida de estas personas, un lugar donde deberían permanecer”.

Estas declaraciones reflejan un compromiso de parte de la institución para ofrecer educación, es decir, para hacer respetar el derecho de los reclusos a la educación como un derecho humano y una herramienta de inclusión en la sociedad. Por consiguiente, incluso después de que ellos han abandonado la prisión, la educación como derecho humano sigue siendo eficaz al demostrar que es posible hacer valer las prerrogativas de esta población.

De acuerdo, pero ¿cómo funciona este proceso?

En 2015 acompañamos a una clase de 20 alumnos de esta unidad penitenciaria que se inscribieron en el primer ciclo de la educación básica de jóvenes y adultos. Con la orientación de una profesora a cargo de la clase, 18 de estos estudiantes elaboraron un cordel titulado “Un cordel en la prisión, y así mejora mi educación”.

Los alumnos tenían entre 24 y 45 años de edad. De ellos, tres ingresaron a la prisión sin haber completado el primer ciclo de educación básica; a tres se les enseñó a leer y escribir en la prisión, y sólo uno había completado el primer ciclo de educación básica. En cuanto al tiempo dedicado a estudiar en la prisión, diez alumnos habían asistido a clases de educación formal durante un año, tres habían estudiado dos años, y uno había permanecido cinco años. Sólo un alumno estaba asistiendo a la escuela al momento de ser arrestado. Cabe mencionar que once alumnos declararon que habían abandonado los estudios porque necesitaban trabajar después de haber sido padres a temprana edad. Dos alumnos atribuyeron la interrupción de sus estudios a su incorporación a la vida delictiva, mientras que dos de ellos afirmaron que no habían asistido a la escuela porque eran personas sin hogar.

En cuanto al incentivo para estudiar mientras cumplían su sentencia, los alumnos se sentían motivados por la posibilidad de adquirir conocimientos, de profesionalizarse, de lograr que se les remitiera la condena, de mejorar su manera de expresarse, y de evadirse de la rutina diaria de ociosidad propia de una cárcel. Estos alumnos participaron activamente en las clases de educación formal impartidas en la unidad penitenciaria.

El interés en la redacción de textos demostrado por los alumnos del primer ciclo de educación básica de jóvenes y adultos fue advertido por la profesora después de una mañana de poesía en la sala de clases, cuando ella y los alumnos comenzaron a realizar un ejercicio de rimas en cuartetos. A partir de esta actividad, los alumnos empezaron a redactar textos, y luego se les ocurrió la idea de elaborar un cordel basado en la percepción que cada uno de ellos tenía de la educación, transcribiendo en rimas sus historias de vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Portada del cordel

 

Extractos del cordel

Yo vagaba sin rumbo por las ciudades
y me enfrentaba con las autoridades
y perdí todas mis cualidades
en la prisión conocí la educación
y cuando vuelva a ser parte de la nación
sabré cómo valorar mis prioridades.

Mi nombre es Fabricio y aquí estoy para contar
cómo es asistir a la escuela
para lograr que mi vida sea sólida como una roca
y demostrarle a la sociedad
que un recluso puede aprender cuando se le enseña
porque hoy asisto a la escuela
y no quiero detenerme nunca.

Quisiéramos agradecer de todo corazón
a todos los que pusieron de su parte,
el director, la maestra, el coordinador de arte,
los guardias que siempre mostraron dedicación
al llevarnos a la sala de clases
para que se abriera nuestra mente.

Ya estamos llegando al final
y este cordel se ha transformado en nuestro amigo
estaremos aquí esperando
que lleguen tiempos mejores
que la educación pueda continuar
ayudándonos a actuar con una sola voz.

No sabía lo que era la educación
mis lápices eran una azada y un cuchillo
ahora empuño un lápiz y un cuaderno
porque la educación trata de cambiar nuestra mente
ayuda a que nazcan nuevas ideas
para así vivir como personas capaces.

En la escuela aprendí a leer
a escribir y a pensar
me dieron a conocer la literatura
y he sido seducido por muchas historias
porque en la educación encontré
otra manera de resocializarse.

La escuela es ahora mi lugar
donde he hecho de la lectura mi destino
para que así recibamos cada vez más ayuda
y cuando juez nos permita romper el cascarón
nos enfrentaremos al mundo al abandonar este lugar
y nuevas historias se contarán.


Si bien el cordel estaba redactado en un idioma sencillo y objetivo, permitió que los alumnos experimentaran el placer de leer y escribir, rescatando la obra de poetas regionales de la literatura de cordel, de antiguos cantores y de los “repentistas”, poetas populares del Nordeste brasileño que improvisan en torno a un tema determinado y cantan espontáneamente en rimas. Toda la labor anterior se realizó en un clima de armonía que permitió abordar una serie de temas distintos. Por tanto, “Un cordel en la prisión, y así mejora mi educación” es un ejemplo de educación en rimas en el contexto de la reclusión, a partir de experiencias y percepciones de los alumnos del primer ciclo de educación básica de jóvenes y adultos.

Dejar la celda atrás

Las reacciones y los sentimientos de los alumnos a medida que trabajaban en la elaboración del cordel fueron complejos, e incluyeron felicidad, gratitud, libertad y, lo más importante de todo, el honor de estar exhibiendo el fruto del esfuerzo y la dedicación de cada uno de los participantes que colaboraron en el proceso, lo cual refleja una dimensión de la vida en reclusión que la sociedad raras veces aprecia.

“Pensé en mí cuando diseñé la portada del cordel; pensé en mí abandonando la celda con un cuaderno y un lápiz en la mano. Busqué la inspiración en mí mismo, en la felicidad que siento cuando voy a clases. Me siendo muy feliz por haber tenido la oportunidad de participar en este cordel, por sentirme reconocido. Me siento más vivo, más humano”.  (Recluso).

“Para mí fue lo más maravilloso. Nunca pensé que subiría a un escenario a recitar los versos escritos por cada alumno y que habían brotado de nuestra alma […] le dimos preferencia al estudio y le agradezco a la profesora que viene desde lejos a enseñarnos”. (Recluso).

“Fue una experiencia muy positiva. Me aportó conocimientos; me ofreció la oportunidad de contar brevemente quién era yo; me llevaré un buen recuerdo de este lugar. Hasta hoy sigo hablando de esa experiencia en el bloque de la prisión. Este cordel me dio las fuerzas para seguir adelante”. (Recluso).

“La elaboración de este cordel fue una experiencia positiva para nosotros, y también para los miembros de la sociedad, que pueden comprobar que existe la regeneración. La gente piensa que no cabe esperar nada de nosotros, que somos un caso perdido, que no tenemos salida, pero no es así. Podemos ser regenerados [...]. Allá afuera no creen en nuestras capacidades, pero se sorprenderían al ver este cordel. La sociedad no comprende que es nuestro cuerpo el que está encarcelado, pero nuestra mente es capaz de desarrollarse y transportarnos a muchos lugares. El cordel es una prueba viviente de ello”. (Recluso).

“Fue una experiencia muy beneficiosa, y además muy distinta, ya que no contábamos con ningún medio de comunicación en la prisión, por lo que este cordel fue un instrumento para contactarnos con la gente del exterior. Somos unos desconocidos para la sociedad, y también somos discriminados. Son pocas las personas en Brasil que creen que somos capaces de cambiar”. (Recluso).

“Me siento libre. Estoy encarcelado, pero al mismo tiempo estoy libre, porque ni siquiera sabía firmar cuando llegué aquí. Fue en este recinto donde aprendí a leer y escribir. Por eso participé en la elaboración del cordel [...]. Cuando aprendí a escribir mi nombre, me sentí como un niño ingenuo al que le dan un dulce: fui de celda en celda anunciándoles a todos que ya sabía leer y escribir, gracias a Dios. La gente piensa que quienes permanecemos aquí no tenemos futuro y somos un caso perdido, lo cual no es verdad. Si uno tiene la voluntad y lo desea, siempre habrá personas buenas dispuestas a ayudarte”. (Recluso).

“Participar en la elaboración de este cordel me dio ánimo. La educación es muy importante, porque nos revela un nuevo horizonte en medio de las enormes dificultades de la vida en prisión. Cuando salga de aquí, seguiré estudiando. La educación me ayudará a dejar atrás los malos recuerdos y mi vida anterior”. (Recluso).

Los testimonios de los reclusos reflejan que se han dado cuenta de que la educación es uno de los mecanismos para la inclusión social y el desarrollo como seres humanos. Es de esperar que la educación y la lectura puedan aportar una nueva perspectiva de la vida una vez abandonada la prisión y hagan ver que la inclusión es posible. El cordel fue completado, imprimido y entregado a las autoridades, los familiares y los invitados que asistieron al acto de clausura de nuestras actividades de 2016, oportunidad en que los alumnos leyeron algunos extractos.

Así pues, el experimento sirvió para dar a conocer los positivos resultados de una iniciativa que dio fruto y aportó nuevos conocimientos, nuevas reflexiones y nuevas esperanzas para los reclusos. Dicho de otro modo, nos mostró el lado positivo de la prisión, lo cual contribuye al proceso de inclusión y resocialización de la población penitenciaria, al demostrar que las autoridades del sector pueden y deben invertir en el desarrollo de iniciativas, proyectos y programas que permitan que los reclusos adquieran una nueva perspectiva mientras cumplen su condena y después de ser liberados. Por añadidura, se respetan los derechos de los prisioneros, la diversidad sociocultural y el principio de la dignidad humana.


Referencias

Naciones Unidas (1948): Declaración Universal de los Derechos Humanos. http://bit.ly/1O8f0nS

Naciones Unidas (1977): Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos. http://bit.ly/1Lh78Q0

Presidência da República do Brasil (1984): Lei de Execução Penal. http://bit.ly/1QOAeWs


Sobre las autoras

Helenória de Albuquerque Mello posee el grado de máster en trabajo social. Es asistente social del Instituto Federal de Educación, Ciencia y Tecnología de Paraíba, e investigadora de la Cátedra UNESCO sobre Educación de Jóvenes y Adultos. Cuenta con experiencia el área del trabajo social, con énfasis en políticas de asistencia social, políticas penitenciarias y políticas de educación.

Contacto
helen.mello17@gmail.com

Hilderline Câmara de Oliveira posee el grado de PhD en ciencias sociales y de máster en trabajo social. Es investigadora de la Cátedra UNESCO sobre Educación de Jóvenes y Adultos, al igual que profesora del Programa de Máster en Psicología de la Universidad de Potiguar y del Centro Universitario Facex. Cuenta con experiencia en educación superior y en políticas sobre delincuencia y derechos humanos.

Contacto
hilderlinec@hotmail.com

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