alumnos adultos como uno de los grupos destinatarios más importantes de la educación. Los objetivos de la educación de adultos consisten en transmitir conocimientos, competencias y aptitudes a fin de superar la exclusión social y permitir la participación de to- dos los adultos de nuestros distintos grupos sociales, que pertenecen a numerosos grupos destinatarios y tienen di- versas necesidades. Para lograr este propósito, debemos contar con agentes responsables que organicen o “gestio- nen” los procesos de transmisión. Necesitamos una fuerza laboral adecuadamente cualificada en el área de la educa- ción de adultos” (Jütte, Lattke 2014: 8). Se espera que el educador de adultos respalde el perfeccionamiento y la “puesta al día” de las aptitudes, de conformidad con las ac- tuales y futuras necesidades de nuestras sociedades. Puede tratarse de aptitudes fundamentales, como la alfabe- tización, la ciudadanía activa o las habilidades profesionales, pero también de competencias para desenvolverse en una amplia variedad de áreas como la salud, el medio ambiente, las TIC, etc. En consecuencia, se dispone de una extensa gama de alternativas de educación de adultos, tales como cursos sobre habilidades básicas, programas de segunda oportunidad para desertores escolares, cursos de idiomas para inmigrantes y refugiados, oportunidades de capacita- ción para personas que buscan empleo, cursos sobre tec- nologías digitales, capacitación profesional para trabajado- res, etc. Los educadores de adultos profesionales serán, sin embargo, quienes no solo gestionarán la enseñanza y el aprendizaje en los programas y cursos, sino que además se preocuparán de que sean, en efecto, impartidos por una amplia variedad de proveedores. Los educadores de adultos también asesoran a los encargados de formular políticas en la tarea de diseñar el campo general de ejercicio profesional. Un último aspecto, aunque no el menos importante, se re- fiere a que la profesionalización debería conducir a la conso- lidación de la práctica educativa mediante una reflexión so- bre la práctica, vale decir la investigación, manteniendo las instituciones adecuadas para ese fin. La práctica del AEA está vinculada en muchos lugares a procesos de empoderamiento cuyo objetivo es ayudarle a la gente a superar situaciones de desventaja. Suelen existir estrechos vínculos entre las organizaciones de AEA y acto- res de organizaciones de la sociedad civil cuyo fin es modifi- car las condiciones de vida de una amplia variedad de gru- pos destinatarios. La profesionalización debería ayudarles a los educadores de adultos a cumplir eficazmente esta mi- sión, de manera que adquieran conciencia de su papel y de sus capacidades como agentes de cambio, y al mismo tiempo puedan lograr que otras personas tomen conciencia de las circunstancias y el potencial de la resistencia y del cambio (“concienciación”). Ellos mismos deberían acatar los principios de la no discriminación. La profesionalización tiene que ver, por tanto, con crear las condiciones para ofrecer buenas prácticas sobre la base de conceptos adecuados, preferentemente dentro de un ambiente propicio en materia de políticas. Dichas políticas se ocuparán de las estructuras institucionales que sean ne- cesarias. La educación superior cumplirá un papel decisivo en los esfuerzos por facilitar el desarrollo conceptual y la in- vestigación en materia de AEA, y por garantizar que se man- tenga activo el vínculo con el ejercicio de la enseñanza y el aprendizaje. Este vínculo resultará pertinente en la formación inicial y permanente de los educadores de adultos. La existencia de criterios claros e inequívocos es fundamental para ges- tionar ambas modalidades de formación. Esta estrecha re- lación del desarrollo conceptual y la investigación con la práctica de AEA, que contribuye a generar condiciones fa- vorables para el desarrollo de capacidades, reviste especial importancia para todo el ámbito de la profesionalización en AEA. ¿Quién es el educador de adultos? La pregunta sobre quién es el educador de adultos no puede responderse adecuadamente sin identificar los diver- sos contextos dentro de los cuales tiene lugar la educación de adultos. La desigualdad existe no solo al interior de ciertos paí- ses o entre ellos. Es cierto que las desigualdades de ingre- sos constituyen un factor, pero debido al género, el origen étnico, la religión, la sexualidad y otras dimensiones, la ex- periencia de quienes están insertos en los múltiples ejes de la desigualdad se torna mucho más vulnerable que la de otras personas. Los desastres ambientales —sequías, inun- daciones, tsunamis y terremotos— exacerban esas des- igualdades. Los enfrentamientos que surgen de tensiones étnicas, raciales, religiosas, al igual que de otros conflictos políticos y dificultades económicas, se han traducido en un aumento progresivo de la cantidad de migrantes (según el Informe de la ONU sobre las Migraciones en el Mundo, ellas se han incrementado de 173 millones el año 2000 a 258 mi- llones en 2017). Es dentro de este heterogéneo contexto de desigualdad de oportunidades, derivado de un ambiente de desastres, conflictos y migraciones —por nombrar solo al- gunos factores—, que procuramos definir y comprender quién es el educador de adultos. “ Los educadores de adultos adoptan distintas denominaciones, tan diversas como los contextos en que se desen- vuelven”. Las experiencias de enseñanza de los adultos son, por tanto, complejas y multifacéticas. La enseñanza tiene lugar en los sectores privado, público y sin fines de lucro, al igual que en los ámbitos formal, no formal e informal. Es virtual o presencial; se imparte en distintos niveles que tienen rele- vancia para el alumno. El grupo destinatario es amplio, e in- cluye adultos jóvenes, adultos mayores, jubilados, personas con discapacidades, personas con necesidades especiales, refugiados, trabajadores y miembros de la comunidad. 86 2019 El buen educador de adultos 7