Entrevista realizada por Nélida Céspedes Rossel
© Nancy Chappell/Diario El Comercio, Perú
Tarcila Rivera Zea es una activista quechua peruana que desde hace más de 30 años ha dedicado su vida a la defensa, el reconocimiento y la valoración de los pueblos y las culturas indígenas y amazónicas del Perú desde su organización CHIRAPAQ. Ha impulsado diversos espacios de lucha, combinando la protesta con la propuesta: desde el Taller Permanente de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú hasta la creación del Foro Internacional de Mujeres Indígenas de las Américas y el Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas. Actualmente es miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU.
Soy quechuahablante, nacida en la comunidad de San Francisco de Pujas, en Vilcas Huamán-Ayacucho. Mis padres ya han fallecido, de hecho murieron monolingües. Soy parte de una familia de una comunidad típica que en las épocas posteriores a las cosechas venía a la costa a trabajar en las haciendas a fin de llevar de regreso algunos recursos para comprar velas, fósforos, azúcar o sal; es una comunidad que hasta ahora se encuentra en el mapa de la extrema pobreza. Fui monolingüe y fui a la escuela pública, la que se caracterizaba por vivir de espaldas a las necesidades y la cultura de nuestros pueblos.
A los 10 años emigré a Lima. Allí aprendí el castellano y cursé la educación primaria y secundaria: específicamente realicé la secundaria comercial; combinaba el estudio con el trabajo de empleada doméstica. Yo tenía una enorme obsesión por estudiar.
Viví diversas experiencias, algunas de ellas positivas porque demostraron respeto hacia mi persona e identidad. Para ellos fui más bien una experiencia folklórica, porque el señor era de Bélgica. De otros recibí un trato discriminatorio. Una de estas personas quiso que yo estudiara de noche, porque en general las empleadas domésticas estudiaban en ese turno. Yo no quise hacerlo, porque se sabía que en las clases nocturnas no se enseñaba bien. Pero mis empleadores me decían: “¿Por qué no hacerlo? Tú eres una indiecita y vas a seguir siéndolo”. Lamentablemente, nuestra sociedad es excluyente, racista y prejuiciosa.
La mayoría de las mujeres que salieron de mi comunidad trabajaron como empleadas domésticas. Muchas de ellas han logrado estudiar, profesionalizarse. Importantes para las personas que vivimos en comunidades son las oportunidades de poder ejercer el derecho a una buena educación. Estoy convencida de que todas las mujeres indígenas andinas y amazónicas podemos hacer grandes aportes a la sociedad, contribuir al desarrollo económico y a la solución de los problemas que tiene nuestro país. Para ello es importante garantizar las condiciones que nos permitan ejercer nuestros derechos.
El derecho a una educación que reconozca nuestras lenguas y culturas, una educación intercultural, ha sido siempre mi bandera de lucha y mi aspiración. Algo se está avanzando, pero lentamente.
Muchas personas me han dicho que soy resiliente, visionaria; otras, que soy una líder. Yo me he preguntado, ¿cuándo he trascendido como líder? Creo que fue hace unos diez o quince años. Pero mirando mi vida hacia atrás, recuerdo que desde pequeña me rebelaba ante situaciones injustas, de racismo o de exclusión, ya sea en mi familia o en la comunidad.
Cuando cursaba la educación secundaria era tímida y hablaba poco para que no se burlasen de mi acento quechua. Usaba también una gran trenza y se burlaban de mí por mi origen andino. Y aun así me nombraron alcaldesa escolar; pienso que era por la rebeldía que siempre he tenido ante lo injusto. También fui miembro del periódico escolar y llegué a formar parte de una asociación de periodistas escolares provenientes de distintos colegios públicos y privados.
Tarcila Rivera Zea (izquierda) y Nélida Céspedes Rossel durante la entrevista, © Nélida Céspedes Rossel
En 1971, durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, entré a trabajar en el Instituto Nacional de Cultura como secretaria de archivos. En ese tiempo tuvieron lugar varios procesos de cambio en favor del reconocimiento de nuestra cultura indígena. Esta etapa marcó mi vida, pues me devolvió mi autoestima como quechuahablante y me dio seguridad en mí misma. En ese tiempo se oficializó el idioma quechua, se elaboró una política cultural en favor del reconocimiento de la diversidad cultural y se empezó a trabajar con todas las bases culturales del país.
En el Instituto tuve la oportunidad de ganar una beca para estudiar en Argentina. Quería conocer, saber y aprender más. En el curso participaron historiadores, directores de museos, de archivos históricos. Lamentablemente el racismo se da en diversos espacios: enviaron una carta criticando al Perú por haber enviado a una secretaria.
He pasado por otras experiencias de discriminación, pero aquí estoy. Siempre he asumido retos y desafíos. ¿De dónde me viene eso?, pues de mi cultura chanca que —en la época del Imperio Incaico— se enfrentó al dominio de los cuzqueños.
Y luego de tantos años, hoy formo parte del comité asesor de cultura en el Ministerio de Cultura, donde estamos discutiendo una nueva política cultural para el Perú.
El movimiento indígena —el sudamericano— nació en Perú en 1980 (Ollantaytambo). Asistieron líderes de todo el mundo y se rumoreaba que participaría Marlon Brando, porque él reconoció su raíz indígena apache. El Ministerio de Cultura me envió como representante porque era “la única india ahí”. Fui invitada como representante del Instituto Nacional de Cultura. Allí comencé a formar parte del Movimiento Indio Peruano.
La plataforma de lucha del Movimiento era principalmente antiimperialista, anticolonialista, anticlasista. Porque reivindicaban los orígenes históricos preexistentes a las colonias y a los estados nación. La base del movimiento era la filosofía de los pueblos originarios, con propuestas políticas propias que aspiraban a adquirir poder desde nuestras culturas.
Los que nos hemos enrolado en el movimiento hemos afirmado nuestra identidad, hemos recuperado los valores y los conocimientos propios como un bien compartible con la sociedad de afuera. Somos fuertes porque nos hemos sobrepuesto a todas las discriminaciones y las burlas.
Entiendo que el “buen vivir” es un pensamiento que vino primero del Ecuador y luego de Bolivia, y considero que nosotros lo estamos repitiendo. Soy de la idea de que tenemos que rescatar sobre todo lo que llaman la filosofía de vida de los pueblos originarios, que se basa en la recuperación de la naturaleza, asumiéndonos como hombres y mujeres de la tierra, reconociendo que vivimos de la tierra, valorando y reconociendo que estamos en relación con ella, en armonía y reciprocidad, y esto hace que la vida sea sostenible.
Esta filosofía de vida, de vivir solo con lo necesario, de comer sano, de tener un sitio donde vivir, donde desarrollarse, produciendo de forma sana, relacionándonos fraternalmente, es lo sustantivo. Desde esta perspectiva podemos aportar al desarrollo de sociedades y de un mundo sostenibles, enfrentándola a maneras de organizarse y relacionarse basadas en tener más a costa de explotar a las personas y a la madre tierra.
Con mi institución CHIRAPAQ1 hemos estado promoviendo desde 1997 el Comité Nacional Interétnico a fin de trabajar contra el racismo, vinculando a andinos, amazónicos y afrodescendientes. Cada cual en su lugar, pero tratando de analizar el tema del racismo y la discriminación. Y seguimos por este camino, con una gran aspiración, trabajando también esta perspectiva desde el Foro Indígena de Naciones Unidas.
Tarcila Rivera platica con mujeres de la comunidad de San Francisco de Pujas, Ayacucho, su pueblo natal, © CHIRAPAQ
Soy miembro del Foro Permanente y tengo el honor de decir que he sido designada por el Estado peruano. En mi condición de independiente participo en diversas políticas indígenas, lo que es parte de mi compromiso de vida.
En los últimos 30 años los pueblos indígenas a nivel mundial hemos promovido y creado tres mecanismos al interior del sistema de las Naciones Unidas, con el objetivo de hacer realidad los derechos de los pueblos indígenas. Uno es el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU, que es en el que estoy participando. Es un mecanismo donde las organizaciones indígenas presentan recomendaciones para que sean aprobadas por el sistema de las Naciones Unidas y para que los estados las implementen. Este mecanismo existe ya desde hace 15 años. El segundo mecanismo es de los expertos en pueblos indígenas. Funciona al interior del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas con sede en Ginebra. Cuenta también con representantes indígenas y cumple un papel de asesor en la implementación por parte de los estados de las recomendaciones y las políticas para pueblos indígenas. El tercer mecanismo es la Relatoría Especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que recibe denuncias y realiza visitas a los países para analizar la situación de los pueblos indígenas en relación con sus derechos humanos.
Fundamental para nosotros es luchar para que se haga realidad la implementación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, la que se encuentra en el mismo nivel de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es decir, se trata de un documento de obligación ética y moral para que los estados respeten e implementen los derechos humanos de los pueblos indígenas.
Personalmente, y como miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU, soy responsable del tema de mujeres, jóvenes y niñas indígena. Trabajamos en forma transversal con otras instancias del sistema de Naciones Unidas, buscando articular estas demandas con la Agenda 2030. La articulación entre educación y empleo, mujeres y educación, empleo y salud, es el desafío fundamental que impulso.
Nota
1 / CHIRAPAQ Centro de Culturas Indígenas del Perú es una asociación indígena que desde hace 30 años promueve la afirmación de la identidad y el reconocimiento de los derechos indígenas, con un especial compromiso por la niñez, la juventud y la mujer indígena. www.chirapaq.org.pe