Como educadores de adultos, estamos convencidos de que nuestra labor es necesaria y genera beneficios para los alumnos. El derecho a aprender a lo largo de toda la vida ha sido ratificado en numerosas conferencias internacionales. Solo con la ayuda de una modalidad integral para impartir educación de adultos será posible alcanzar las metas de la campaña mundial de «Educación para Todos» y los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Asimismo, parece ser un hecho ampliamente aceptado que la educación de adultos ofrece una vía para que la gente asuma la plena responsabilidad por su propia existencia y participe activamente en el desarrollo de su comunidad. Con frecuencia hemos citado el trillado argumento de que si bien la educación de adultos por sí sola no puede provocar los importantes cambios políticos y sociales que se requieren a fin de garantizar un futuro sostenible para nuestro planeta, por otra parte esos cambios no arraigarán en las personas si no están respaldados por la educación y el aprendizaje.
Sin embargo, en todo el mundo la educación no ocupa un lugar destacado en la lista de prioridades políticas ni en el presupuesto público, como sería lo adecuado según nuestra convicción. El concepto tradicional de un sistema educativo que se sustenta en cuatro pilares (la educación básica en las escuelas, la formación profesional, la educación superior y la educación de adultos) ha resultado ser una mera ilusión. La educación de adultos se encuentra muy rezagada con respecto a los demás sectores de la enseñanza.
Lo anterior se debe a que los esfuerzos de la educación de adultos por demostrar, con ejemplos convincentes y datos comprobados, que es beneficiosa para cada alumno en particular y para la sociedad en general no han sido muy fructíferos. Al tratar de negociar la prestación de un apoyo más amplio a nuestro ámbito de trabajo, y de conseguirle un lugar en las agendas públicas, solemos estar limitados por la falta de datos e indicadores que nos permitan demostrar su valor, no solo en el área inmediata del aprendizaje y el conocimiento, sino además en sectores aledaños como la salud, el medio ambiente, la inclusión social, la participación democrática, los papeles asignados a cada género, y muchos más.
Al competir con otros sectores educativos, la educación de adultos solo conseguirá hacerse un lugar si logra aumentar el grado de visibilidad de su labor, avalada por datos y resultados convincentes. Se pretende que los artículos incluidos en esta edición de «Educación de Adultos y Desarrollo» contribuyan a este objetivo.
En una primera sección, analizamos el tema de la educación de adultos y su impacto positivo. Una revisión de las actuales investigaciones demuestra la conexión existente entre la educación de adultos y los progresos en muchos sectores sociales como salud, compromiso cívico, crianza de los hijos, reducción de la pobreza, bienestar o incluso felicidad. Sin embargo, existe la urgente necesidad de que los educadores de adultos incorporen herramientas para supervisar los resultados de su labor y cuantificarlos en función de parámetros cuidadosamente escogidos, demostrando de esa manera que los objetivos y métodos fueron seleccionados a conciencia o, en los casos de resultados insatisfactorios, facilitando la identificación de supuestos erróneos y la aplicación de métodos correctivos. Es preciso incluir la supervisión del impacto como un elemento indispensable de la planificación e implementación de proyectos. Será preciso exigirles a los organizadores de proyectos que presenten evidencias sobre los beneficios de sus iniciativas, por ejemplo comparando los datos de estudios de referencia con los de estudios de seguimiento posteriores. Algunos ejemplos escogidos de la región de Asia demuestran que esos informes e investigaciones se han transformado, efectivamente, en un elemento habitual de la práctica de las organizaciones no gubernamentales dedicadas a la educación de adultos.
Tal vez el objetivo más trascendental que perseguimos en la educación de adultos es superar la exclusión social que entorpece el desarrollo de sociedades igualitarias y democráticas en tantos países. En una serie de artículos que describen experiencias de cuatro continentes, demostramos que la educación de adultos se está esforzando por alcanzar este objetivo. La educación de adultos derriba las vallas que mantienen a las personas hacinadas en castas registradas. La educación de adultos se preocupa de la exclusión específica que limita las oportunidades de la gente con discapacidades. La educación de adultos proporciona los factores habilitadores sin los cuales la gente no puede disfrutar de la educación y la formación profesional. La educación de adultos transforma las diferencias culturales en bienes interculturales. Los enfoques participativos en la educación de adultos instan a las personas a analizar su situación vital y a adoptar sus propias decisiones sobre cómo mejorarla. Las modalidades y los contenidos apropiados para impartir la educación de adultos permiten que las comunidades de pastores tengan acceso a oportunidades de aprendizaje que respeten sus valores y sus patrones de vida. La educación de adultos infunde en los jóvenes convictos una dosis suficiente de autoestima y de valores sociales que los capacita para hacerse cargo de su vida una vez concluido su período de detención. La educación de adultos combina la educación básica con el trabajo productivo y crea alternativas viables para las mujeres excluidas. Cualquiera sea la forma en que la exclusión social limite las posibilidades de las personas para compartir, crecer y prosperar, la educación de adultos siempre ofrecerá una respuesta que permitirá contrarrestar esos efectos y superar los obstáculos.